Aquí empezamos, entonces
Carlos Alejandro Cortés es técnicamente medio hermano mío. Compartimos madre, pero diferimos en padre. Hasta donde tengo entendido, su papá se llama igual a él, y estuvo en una relación con mi madre antes de conocer siquiera a mi padre, por algo como un año. Nunca formalizaron matrimonialmente. Apenas supo que estaba embarazada mi madre, el tipo se fue, ya que ‘no estaba preparado’ para la paternidad y demás. Me han dicho que vive en España, y tiene otra familia, pero es incomprobable para mí.
Le decimos Ale, aún, a mi hermano. Y le dije hermano siempre.
Tuvo una rotura en el brazo muy extensa y dura por jugar al fútbol con Richard, un familiar con el cual nos criamos un año o dos. Lo operaron y tuvo una recuperación impresionante: de hecho, no tiene secuela alguna que yo sepa hasta hoy.
Sí tuvo, desconozco si tiene, un problema en el pecho izquierdo. Lo tiene algo hundido a comparación al otro. No le produjo graves problemas que sepa.
Su personalidad siempre fue idealizada por mí. Era miopuesto: propositivo, valiente, respetuoso, animado, con muchas amistades, era de bailar y cantar frente al espejo cumbia o reggaeton, era muy gracioso, trataba de meterle ánimo a la vida. En la secundaria y en la Parroquia San Pedro la pasó de diez a mis ojos: un imán para la amistad y éxitos románticos que no se condecía con lo académico, pero a nadie le interesaba que fuese un burro; entretanto, yo siempre estuve a su sombra, ya que todos los profesores esperaban mucho de mí por ser ‘hermano de’. Creo, creo, que los decepcioné uno a uno, con rapidez (al de Gimnasia, Leo Spagnuolo) o con lentitud (quizás Dolores Urteaga, Historia). Y creo, siempre me tuvieron compasión por ser hermano de quien era…
Su persona igual tenía una cualidad que emergió con fuerza más tarde: tenía dos caras. ‘Geminiano’, diría mi madre. Nunca le agradó el trato que mi padre dispensaba cada tanto a mi madre, y que ella lo defendiera con ahínco mientras las peleas eran de Olga con nosotros, los hermanos. Eso quizá desencadenó el final. Pero también, es cierto, no le agradaba mucho el trabajo que llevábamos. Era mucho esfuerzo y disciplina desde muy jóvenes el trabajo en geriátrico. Siempre debíamos vivir con gente, debíamos pasar por gente, debíamos saludar gente. El fue enviado a trabajar desde los 17 o 18, incluso, para generarse su dinero. Trabajó en un lugar de desinfección de plagas: se vestía tipo astronauta y aplicaba veneno en distintos edificios o lugares (desconozco el detalle del rubro laboral) llevado en automóvil por Diego, vecino que era dueño de la empresa de desinfección llamada Flow. A mí nunca me hicieron laburar afuera de casa de ese modo, ya que un día hubo una discusión y mi hermano fue empujado a trabajar allí. Desconozco si le agradaba la labor.
Tuvo algunas relaciones que recuerde: Luz, una chica rubia, alta, del grupo scout parroquial (al menos siempre se corrió ese rumor); y Mariana Savino, una chica hija de una profesora de la Primaria del Instituto San Pedro. Fue la relación mas estable que conocí de primera mano. Nos llevábamos diplomáticamente, considerando que yo ya estaba entrando fuerte en mi espiral depresiva y autohiriente. Fue la relación previa a la catástrofe. Hasta donde se, sigue viva; no la pasó nada bien al ser abandonada por mi hermano, por lo que supe.
Y empiezo con mi hermano, porque, analizándolo, veo que el día de su partida fue el inicio de esa era desastrosa de mi vida. Nunca más pude recuperar nada de alegría ni paz, por más que lo fingí, por más que amé, por más que sufrí lo de cualquiera, por más esfuerzo que haga.
Actualización 19/03/2022: esa era ya está quedando en el pasado, pero sigan leyendo de modo cronológico si quieren entender.
Estoy muy triste al recordarlo, pero me prometí contar mi historia y, en paralelo, muchas historias se cuentan. Deben contarse.