Triángulo

Edo
4 min readFeb 6, 2021

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(Primer episodio de una historia por entregas)

Las estrellas titilaban en plena noche, cubriendo el espacio como adulto estirando una manta sobre sus descendientes.
Su calma se contrastaba con el ruido de Milena reparando su aeroplano;
las llaves golpeaban una y otra vez el motor estropeado, o una soldadura de emergencia se realizaba como se podía, en medio del viento que todo lo rompía a su paso en aquella planicie.
Con mucha bronca, el pelo rubio y gris atado en un moño en la parte superior trasera de su cráneo, siguió la mencionada golpeando su máquina hasta que pudo completar algo similar a una reparación; algo breve, suficiente para llegar, en una hora, a la ciudad-base de Sochia.
Antes de subirse a manejar de nuevo, agarró el agua del kit de seguridad, se tiró en una zona a resguardo de la radiación y el viento, observó el cielo. Si no se equivocaba, la Tierra originaria, Marte y Venus se notaban clarísimas en esos días. Lugares que le sonaban a hogar mucho más que Sedna.
Pensaba en cómo era la vida antes, mucho antes de las exploraciones constantes de la Zona Láctea. Bah, lo intentaba, pero no le cabía en la mente la chance de vivir eternamente en un sólo lugar, flotando por casi 100 años en la misma bola… ‘En fin’, se dijo mientras montaba la nave. y terminaba el trayecto.

En el ingreso C de Sochia, presentó su documento como marciana, la licencia para conducir aeronaves y su credencial de mecánica.
— Está desactualizada ésta -le hizo notar el guardián, sobre la credencial última.
— Vengo a eso, justamente.
No mentía: iba a aprovechar su paso por Sedna para actualizar su credencial, un trámite sencillo que requería: ó tomar una clase de actualización a lo largo de dos meses, ó enseñar durante dos semanas un taller gratuito en nombre de la Asociación Galáctica de Mecánicos en algún lugar carenciado. Milena iba a probar hacer el segundo -una nueva experiencia le interesaba.
Pero omitió una parte de la verdad de su paso.
Traspasó el portal; era de noche en la ciudad-domo. Recorrió un túnel de unos kilómetros y llegó a un parque enorme, lleno de árboles, bancos de plaza y pocas personas por el horario. Las luces artificiales se mezclaban con una noche artificial, que era mitad reflejo del cielo y mitad imitación de la terrícola noche, la primera que vieron sus ancestros. Luego, empezaron a aparecer pequeños edificios residenciales en medio de grandes edificios, sean de alimentos o farmacéutica. Pasó luego por la Zona Universitaria, por fuera desde ya -por dentro no permitían el pase a esas horas. Finalmente, estacionó en medio de una zona residencial tranquila, de casas bajas de clase media normal -mucha pared despintada o canteros descuidados, pero tampoco era una villa miseria como las que abundaban en Marte o Ceres. Aparcó y golpeó una puerta de madera sólida, en una casa con rejas caoba, relucientes aún en la oscuridad.
— ¿Diga?
Pocas veces Milena quedó muda frente a una persona. Ante profesores, por miedo; enfrentada a alguna compañera de mecánica, recordó; y una vez ante un mesero que le volcó accidentalmente las bebidas sobre su cuerpo entero -un desastre. Por primera vez, sucedía lo que acontece en cualquier telenovela: quedó muda ante la belleza de la persona enfrente a ella.
— …¿Hola? ¿Sos Milena, no?
— ¡Sí! —Como acto reflejo, contestó torpe y atropellada. — Soy Milena, te muestro el doc-
La mujer hizo un gesto de descarte con la mano y se metió al lugar, dejando la puerta abierta. Era una invitación primaria, a la cual accedió.
El recorrido fue: un pasillo con piso de ladrillo, un recibidor a cielo abierto con varias macetas -especialmente de cactus-, se metieron hacia dentro de la casa y velozmente pasaron por entre medio de una puerta rodeada de biombos con motivos florales, bolsas de tierra y semillas por 5 kilogramos. Una estrecha partecita donde se acurrucaron, como bajando a un sótano, y listo. Ingresaron y de pronto sintió como veinte flechazos en su cuerpo; había varias personas esperándolas: un tipo negro, altísimo; otro obeso y barbudo como un oso; una mujer de vestido acampanado naranja, de rasgos faciales elegantes; en fin: uno de cada barrio.
— La enviada de los marcianos — me presentó la mujer. Wow, qué lujo.
De la multitud, el tipo obeso, con pinta de ser el líder, susurró cansado:
— Entonces, ¿podemos empezar?

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Written by Edo

Me gusta dibujar ropa, analizar estrellas y comer rico.

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