Vida parroquial

Edo
5 min readMar 27, 2021

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La versión corta: entre 2005 a 2014 (creo) estuve concurriendo a San Pedro Apóstol. Fui unos meses ‘de transición’ en Resurrección, de Dorrego y Bonpland; casi dos años en San Juan Bautista de Villa Devoto (donde fui bautizado de bebé), y finalmente un año y poco más estuve en un grupo que ayudaba y oraba con monjas capuchinas que manejan una residencia.

La versión larga: la parroquia San Pedro está ligada intrínsecamente al colegio, que tiene de nivel parvulario (dirían en Chile) a nivel secundario nocturno para adultos. Mi hermano iba tanto a la secundaria como al grupo parroquial. Y vieron oportuno que me sume, considerando que yo iba a concurrir al mismo secundario que él. Asique en 6to grado de Primaria empecé con la Catequesis en un grupo donde dos chicos que no recuerdo el nombre cursaban conmigo; las clases las daban Mariano Reyes (un chico rubio, Jesús-like, muy agradable) y Yamila o Yanina, una compañera de curso colegial de mi hermano. No me simpatizaban mis compañeros, como siempre, pero esta vez era sin justificativo (a veces los había, como verán luego).

Para cuando ingresé al secundario, empecé a involucrarme más en lo parroquial. Entre 2006 y 2010 cursaba de lunes a viernes turno tarde, mientras el sábado iba a grupos a la tarde y el domingo de tarde-noche a misa. Recuerdo que, al principio, el grupo de mi edad era escaso (en total 5) y lo manejaba un chico que salía con una de mis compañeras. Igual intenté seducirla, porque soy un demente bárbaro y lo que la sociedad impone moralmente me importó poco siempre, pero bueno, muy aburrido y bajón todo. Estábamos ‘bancando’ una situación que no debíamos por qué hacerlo, por lo visto. Nunca me quedó claro por qué por casi tres años no venía nadie a los grupos juveniles. Pero luego sucedió una incipiente explosión que, para el momento de mi adiós, estaba plasmada en varios grupos bien nutridos.

Nunca me llevé bien con la gente, salvo los sacerdotes (hasta ahí nomás, porque yo siempre temeroso de quien posee poder), y realmente no quería ir a los grupos en buena parte de los diez años que fui. Concurría porque, en principio, mi madre y mi hermano controlaban mi asistencia y no tenía mucho hacia dónde fugarme; luego, porque me sentía triste y sólo si no concurría, y prefería la compañía frustrada a la dura soledad. En especial se burlaba de mí o algo así un tal Ezequiel que salía con una chica de apellido Foggia. Nunca me simpatizó. Y seguro a esa también quise tirarle los perros. De mí no me sorprendería, siempre caliente como pava sobre el fuego.

De toda esta etapa quiero rescatar al padre Ariel Corrado, que ahora creo es obispo villero, un tipo que daba misa con la remera de Independiente debajo de la sotana blanca. También a quien me puso límites y fue duramente sincero conmigo, el padre Juan Pablo Rosetti — pero en menor medida, casi obligado, ya que odiaba el anime con ahínco.

El punto de quiebre fue una semana de convivencia — misión a San Jaime de la Frontera, Entre Ríos. Convivir con la gente me destrozó mentalmente, y yo los maltraté verbalmente y haciéndoles el vacío, yendo a dormir de modo anticipado a veces; en fin, siendo un forro. Ahí me di cuenta que debía irme. Igual no lo hice hasta tres meses después cuando en un encuentro casero me puse a leer manga en vez de oírlos. Necesitaba cariño y esa gente no podía dármelo ya, con lo cruel que fui, con el hecho de que ni me interesaban.

Luego transité por varias parroquias, si bien cada tanto iba los domingos y saludaba a la distancia, sin involucrarme ya. No me extrañaron mucho, y al poco tiempo, yo tampoco. Como dije arriba, fui a la parroquia Resurrección del Señor por unos meses. Estaba muy perdido, me aceptaron, pero apenas me dijeron de ir a una villa en una misión me borré. No me interesaba. Sólo quería hablar.

En San Juan Bautista tuve lo de siempre: los primeros meses, fue muy normal, y hasta estaba felíz regalando cosas, tratando de caer bien; luego, ante los límites y las responsabilidades, ante la necesidad de abrirme, me fui desgajando y alejando de la gente. También es cierto que algunas personas siempre fueron reacias a mi presencia, en especial María Valentich, quien siempre sentí me miraba mal, quizá me veía como un arribista -opinión, eh; y no la puedo culpar. Quizá era mi mal olor y constante presencia desaliñada, algo que fui corrigiendo más recientemente. Su pareja y seguramente actual esposo, Juan Pablo Lozano, al contrario, me escuchó y me contuvo cuando me quebré psicológicamente una noche. Del resto no tengo mucho comentario, salvo quizá del padre Gerardo Castellano, ‘Archie’, quien siempre fue respetuoso pero firme para decirme las cosas. Verán: siempre agradezco a quien se interesó al menos un poco por mí y sobre todo quien se me acercó de ‘buena onda’, con ganas de conocer y saber qué me pasaba. Si bien admito que un gran, gran problema mío fue buscar cariño de modo desesperado en gente que no quería saber nada con eso.

Finalmente me fui, ya que me sentí solo. Admito que mi personalidad fue LA pared que bloqueaba todo intento de acercamiento. Y que no supe solucionarlo, y muchas veces era irrespetuoso con gente que no debía.

A lo de las monjas de Palermo llegué casi por carambola. Un compañero de San Juan, David creo se llamaba, coordinó con una chica que conoció de algún lado, y ahí ellos vinieron de Palermo a Devoto en tren un día para compartir la tarde. Yo fui parte de la comitiva receptora en la estación Devoto de Linea San Martín. Me llevaba mejor con ellos que con los míos. Entonces, me fui, varios meses después. Y admito que la pasé bien, y que todos ahí eran muy agradables hacia mi persona, y se preocupaban por mí (en especial Aurelia Cari Dechat), pero para esa altura la crisis de fe que tenía era irreversible y dura. Me era y es imposible creer en un Dios que ama tanto cuando yo sólo veo maldad en el mundo y yo no pude jamás percibir cariño en mi vida, especialmente en los ámbitos parroquiales. Por ende, me fui con la excusa de que debía focalizarme en mis estudios de Chino Mandarín. Una pavada, una excusa para huir de ellos, de mi verdad, de mi enfermedad, de la adultez, de la responsabilidad de crecer.

Por el momento, este episodio está cerrado. Pero mi sed de un grupo que me quiera y yo pueda querer sigue vivo.

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Written by Edo

Me gusta dibujar ropa, analizar estrellas y comer rico.

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